32 días por Perú y Bolivia. Cuatro de ellos por el Amazonas peruano y el resto en bicicleta. 1777 maravillosos Kilómetros por los Andes, glaciares y pampa peruanos, el lago Titicaca e islas, los altiplanos y salares bolivianos, sus gentes y acogedoras poblaciones. Aquel maravilloso verano (invierno allí) de 2013...
miércoles, 23 de marzo de 2016
Pueblo de San Pedro. Amazonas IV
De vuelta la San Pedro Lodge me dediqué a hacer alguna foto de las diferentes casas de madera a las orillas del río. También estuve fijándome en los diferentes barcos y barcazas que transportaban madera. Algo que me cortaba la respiración, pensando en todos aquellos hermosísimos árboles.
Para llegar al San Pedro Lodge se deja el río Amazonas y se avanza por un brazo de río más estrecho de unos dos Km de largo, es un brazo espectacular mente bello, ya que se cierra por momentos y parece que la lancha no va a poder pasar.
Cerca del San Pedro Lodge se empiezan a ver a la orilla derecha del río casas y niños jugando, era el pueblo de San Pedro. 300 metros más allá apareció el Lodge donde me alojaría. Este alojamiento se encontraba en un ensanchamiento natural dela manga que hacia que el lodge tuviera un pequeño lago privado. De este salia a una estrecha manga a otro lago mayor y que ya no tenía salida.
Sólo una lancha amarrada y un pequeño bote desvencijado era lo que en ese pequeño lago.
Varias cabañas de palmera se repartían cerca de la orilla, yo había reservado una con vistas al río. Y una construcción mayor hacía las veces del comedor, casa de reunión, salón, cocina y alojamiento y refugio de animales adoptados.
Dejé mis cosas en mi cabaña que era simple pero con un pequeño baño y mosquitera. Aproveche después para hacer un pequeño time lapse del pequeño lago. Después de beber algo estuve husmeando por la edificación mayor y alrededores del San pedro Lodge. Al parecer el terreno era bastante grande y todo rodeado de exuberante vegetación. Realmente un lugar precioso.
Un camino salia de la parte de atrás del Lodge y me dispuse a seguirlo- No había parado en todo el día y a esas horas de la tarde no quedaba mucho tiempo de luz. Pero mi curiosidad era inagotable. no estaba dispuesto a desperdiciar ni un minuto de mi viaje.
Después de 100 metros andando aparecieron los primeros niños jugando, preludio de la vida y casas que encontraría más adelante.
Los primeros jugaban al fútbol en un claro de la selva. De diferentes edades, niños y niñas jugaban descalzos y divertidos.
Aparecieron las primeras casas de madera todas con techo de hoja de palmera, un diseño sencillo, práctico y que armonizaba con el entorno. En algunas de las casas se veía a la gente sentada en sus porches tranquilamente o haciendo alguna tarea domestica.
Un poco más allá seis niñas jugaban al voley en una red de construcción sencilla; con dos palos clavados en el suelo de aproximadamente dos metros de altura y una cuerda del uno al otro. Se rieron muchísimo de mi pretensión de fotografiarlas, pero posaron para mi entre sonrisas, incluso una de ellas hizo una foto del miniequipo de voley conmigo.
Siguiendo el camino encontré más gente que saludaba a mi paso.
Me conmovió el pequeño cementerio de San Pedro, apenas 50 tumbas, cada una con su montoncito de tierra fértil del Amazonas y su cruz de madera, algunas de ellas coloridas.
En el pequeño travesaño horizontal figuraba el nombre del fallecido, el el vertical la fecha del óbito. En alguno la causa, como el que decía fallecido en acción de armas.
Todas las tumbas rodeadas de pequeñas plantas, algunas expresamente plantadas como unas rojizas que embellecían el cementerio en su conjunto. Y allí junto al pequeño. sencillo y coqueto cementerio jugaban los niños como si nada. La vida y la muerte presentes y de la mano, sin estridencias. Acostumbrados deben estar a ver la muerte de cerca, no como en grandes ciudades donde se llevan los muertos con celeridad a tanatorios impersonales y asépticos. Aquí hasta la muerte es bella.
Unos metros más allá entré de lleno en el núcleo del pueblo. Bueno en realidad es un pueblo pequeñito donde en su parte central hay más casas al lado del camino.
De nuevo otro partido de voley por todo lo alto, esta vez de adultos. Tres mujeres indígenas, rápidas fuertes y potentes, contra tres hombres, partido muy serio con onomatopeyas de emoción y disputa. En el rato que estuve las mujeres fueron claramente superiores. El campo esta vez era más grande y cercano a las dimensiones de uno real, con un red que cruzaba toda la calle principal y que estaba amarrada a las propias casas.
La gente cercana disfrutaba del partido desde sus hamacas o sillas que colgaban del porche de su casa. Niños , bebes, mayores, todos vivían de cara a la calle. Pronto anochecería y sin alumbrado urbano, la vida se limitaría a la casa. Había que aprovechar las horas de luz y ellos lo hacían.
Cerca cinco niñas y un niño de unos 9 años jugaban a saltar la cuerda; dos sujetaban a considerable altura y una saltaba las dos cuerdas inmóviles con la que debía «enredarse» haciendo un movimiento concreto.
Más allá, justo al lado de una pequeña iglesia colorida en verde y azul, se jugaba y vigorosísimo partido de fútbol por parte de adolescentes; grandes saltos, grandes golpeos y regates, grandes contrabalones y mucha lucha de cuerpo a cuerpo, no sólo era un juego, era una gran competición con chavales de gran calidad.
Hable con algunas amables y simpáticas familias del pueblo que me preguntaban por mi origen. Acostumbrados a que algún extranjero se dejara caer de vez en cuando, no los extrañaban.
Volví al San Pedro Lodge para cenar, allí converse con unos belgas y unos jóvenes estadounidenses, hice algunas fotos nocturnas del pequeño lago frente al Lodge y me fui a dormir a mi pequeña, sencilla y acogedora cabaña.
Pensaba ya entre sueños, en lo poco que se necesita para ser feliz y en lo que los seres humanos nos complicamos la vida.
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