domingo, 30 de abril de 2017

Limatambo - Cuzco 80 Km


Etapa de 80 Km:
Desde los 2528 m altura a los 3756 m, en 27 Km subiendo a Huerta Huayco. Luego de relativo planeo se baja a 3333 m hasta Izcuchaca (Km 53 de la etapa) y Pucyura Km 58. Se sube posteriormente a 3691 en el km 71 más 8,5 Km de bajada hasta Cuzco 3480 m .




Sin desayunar y con alguna barra energética que me quedaba, salí de Limatambo mientras los puestos de la plaza se preparaban para el mercado del domingo. La etapa de hoy era de 80 Km hasta Cuzco, más corta que mis etapas precedentes y con el aliciente de que me quedaría tres días y tres noches sin desplazarme en bicicleta. Estaría dos noches en Cuzco y una en Aguas Calientes o Machu Picchu pueblo, para ver posteriormente las famosas ruinas perdidas de los incas.
Todo esto  significaba tiempo para recuperarme de mis palizones, para recuperar también algo de peso comiendo sin desgaste y para en general descansar.
Aunque luego no parara, no era lo mismo estar todo el día pedaleando que estar de aquí para allá haciendo turismo y viendo ruinas.

Así que con esas perspectivas pedaleaba con ganas de llegar a mi destino.
La primera subida a hacia Huerta Huayco, donde se llega a los 3756 m de altura, la gestioné bastante bien y sin poner pie en tierra. No hubo foto que me detuviera en mi inercia cuzqueña.





En la bajada del puerto, que no llega a bajar mucho ya que no pasa de los 3333m, me paré a realizar una foto con mi pequeña cámara acuática. Las vistas eran fantásticas hacia el valle de  la izquierda. Así que me encaramé una pared de roca que había en la parte derecha de la carretera, en un pequeño hueco a unos 3 metros de altura. 
Subí y coloque la cámara con el disparador automático. Antes había dejado la bici en pie con la pata de cabra . Yo bajaría rápidamente después de pulsar el disparador y posaría al otro lado de la carretera y el paisaje de fondo.

Esta dinámica era algo natural en mi viaje solitario ya que muchas tomas personales las debía realizar así y con mi trípode. Eso cuando no pedía que me grabaran o hicieran una foto.

Creo recordar que hice mas de un intento no contento con los resultados . En el último de ellos y cuando corregía la inclinación de la cámara para mejorar el picado de la toma, una piedra bajo mis pies cedió. Me dio tiempo girar sobre mi mientras caía irremediablemente al asfalto.  Caí estrepitosamente repartiendo mi peso entre la bicicleta y el suelo. Me di un buen tortazo pero felizmente apenas me hice un arañazo. No así la bicicleta que se quedó coja. La superpata de cabra de aleación especial, estaba partida en su tercio interior. Esto era todo un fastidio en un viaje de este tipo. Era una gran pata de cabra elegida entre muchas candidatas y ya había sido probada en otras condiciones cumpliendo como un reina. En una bicicleta cargada era un gran inconveniente no poderla aparcar de pie.

Después de quedarme un poco chafado, enseguida me alegré, ya que después de todo había salido indemne y mi cámara pequeña también.

Seguí bajando el puerto hasta empezar a llanear por la primeras casas de la población de  Incahuasy.
Allí paré a comer algo y por casualidad vi a un hombre que trabajaba los metales. Era una especie de herrero moderno, ya que trabajaba con casi todo. Tenía  desde parachoques de camiones hasta catres de camas. Así que me asomé a su puerta de madera de enorme doble hoja que daba a un patio arenoso donde trabajaba.
Yo llevaba en mis alforjas pequeños remaches de hierro con agujeros para poder ensamblar mecánicamente cualquier rotura de mi transportín . El mío es de aluminio y debería ser de hierro o acero que son soldables, pero el aluminio tiene solución mecánica con este tipo de ensambles.




Probamos con estos ensambles metálicos que yo traía y el hombre los atornillo  a los dos lados de la pata de cabra. Pero el peso de la bici era enorme para este tipo de remaches. Después de  todo, el peso cae hacia un lado sobre la pata.

Así que en cuanto  puse en pie la bici, la pata se doblo.

Pero el hombre no se rindió y cogió una placa de hierro de 90 grados y de un grosor de medio centímetro. La taladró con varios tornillos en varios lados de la  pata. El resultado fue fantástico de una eficiencia enorme.

Cuando le pregunté que cuanto era, me contestó que le pagara solo los tornillos, apenas unas monedas. Así que agradecidísimo y después de darle mil veces las gracias le regale mis gafas transparentes de bicicleta. Las que usaba cuando estaba nublado sin sol. Había observado que trabajaba sin protección ocular y este tipo de gafas sin color y totalmente translúcidas le protegerían y le dejarían ver en condiciones.

Me despedí una vez mas agradecidísimo de aquella estupenda y desinteresada persona.




Pensaba, mientras circulaba de nuevo en bicicleta, que si hubiera ido en coche me hubiera cobrado algo más o mucho más , no lo sé. Si sé que le estoy enormemente agradecido.
En algún otro viaje con alforjas me han preguntado si no tenía coche, compadeciéndose de mi. Cuando les decía que si tenía auto, no lo entendían.

Recuerdo la única persona que había en El Ladrillar, en un pueblo de Las Hurdes. Era una mujer de mediana edad que había ido a alimentar las gallinas , ni siquiera vivía allí.

No entendía que teniendo coche me diera esas palizas en pleno verano.

Cuando uno hace estas cosas tiene que tener cubierto o primario, trabajo, comida etc. El ocio, el arte, el esfuerzo gratuito, la recreación, viene después de tener cubiertas ciertas necesidades. Cuando el 100% de tu vida esta dedicado a conseguir los sustentos básicos, el ocio es algo casi marginal. Los esfuerzos son para el campo y la cosecha, para llevar el ganado y conseguir agua.
No necesitan ejercitarse, ya lo están a todas horas. Y menos necesitan darse palizones en bicicleta habiendo autobuses y coches.
Mi ritmo pausado que me permite deleitarme y pararme con cualquiera no es una ventaja para ellos.

Días después encontraría a tres franceses a las afueras de Puno. Hablé con ellos un buen rato. Llevaban un año haciendo ciclo turismo desde Argentina y subiendo hacia el Norte. Les conté lo de mi pata de cabra y su feliz arreglo. Uno de ellos me enseño su transportín de hierro forjado. Se le había roto el anterior y un herrero le había hecho uno exactamente igual. Se veía el hierro de  ferrata con sus bordes típicos incluso un poco oxidado en algunas zonas. Pero era un pedazo de transportín, indestructible. Pesaría un poco más pero era perfecto.

Conclusión en cualquier país bien abastecido de repuestos  puedes comprar otro transportín, y en los que no hay repuestos te lo pueden hacer a un precio muy económico.




Dejé las afueras de Incahuasy y me adentré en plena población. Según atravesaba el pueblo vi algunos puestos a la izquierda de la carretera principal. Pertenecían a una especie de mercadillo. Era domingo y seguramente era día de ello. No tenía pensado parar, pero algo me llamó la atención. Mi visión periférica había visto algo bello e inusual y no sabía ni que había sido. Algún reflejo extraño, una secuencia única de personas, algo que conmocionaba mis sentidos y no sabía como.

Paré y pude ver como en uno de los puestos había  varios muebles en plena calle, eran armarios de madera con sus respectivos espejos. En ellos reflejados se veían mujeres que iban a sus quehaceres diarios, haciendo la compra de un lado a otro.

Saqué mi cámara y no tuve más remedio que disparar para poder quedarme con algo de aquello que me había conmocionado. Algo que incluso la cámara no reflejó, por que lo que yo vi tenía una cadencia, un ritmo. Se cruzaban mujeres y sus respectivos reflejos con sus ropas típicas y sus gorros andinos. Cruces reales y cruces reflejados, entrando estos últimos antes que la propia persona.
Bueno, por lo menos mi cámara pudo captar algo.

































Proseguí mi viaje rumbo a Cuzco, pase por la población de  Izcuchaca, muy animada con gente sentadas a las puertas de las tiendas que proliferaban a un lado y a otro de la carretera principal.
Atravesé unos kilómetros más tarde Pucyura. Allí se empinaba un poco mas la pendiente pero no era excesivo. Iba además animado y con buen ritmo.

Los últimos 22 kilómetros estuvieron pasados por agua. Era la primera y única vez que -me llovía en este recorrido ciclista en el invierno  peruanoboliviano, donde allí es temporada seca.
Si es verdad que me llovió un día en el Amazonas, pero allí todavía no había empezado mi trayecto en bicicleta.

A nueve Kilómetros  para el final sólo me quedaba dejarme caer, ya que era todo descenso hasta Cuzco.













Ya desde bastante lejos se veía la gran ciudad de Cuzco. Muchos de los Kilómetros finales hasta llegar al centro de Cuzco discurrían por barriadas periféricas. Por lo que antes de llegar había bastante tráfico y bastantes barriadas de casas.
Cuando atravesé el  casco histórico quedé impactado por su belleza de arquitectura colonial.
Iglesias, palacios y plazas barrocas y neoclásicas, una arquitectura amable y bonita en la zona central. 
Cuzco fue la capital del Imperio Inca, pero en la actualidad el centro neurálgico estaba constituido por construcciones españolas.

Fue declarado Patrimonio de la Humanidad en  por la Unesco.

Para mi Cuzco o Cusco tiene un sabor especial. Cualquiera que haya leído al Inca Garcilaso y sus dos obras maestras sobre los Incas, tendrá que recordar a aquel Cuzco Inca que  con tanto detalle y amor  describió y que el vivió de niño en sus propias carnes.

Yo quería quedarme con las dos partes, la española y la Inca. igual que hizo el inca Gracilaso.

El inca Garcilaso de la Vega: Era hijo natural del conquistador español Sebastián Garcilaso de la Vega, de la nobleza extremeña, y de la princesa inca Isabel Chimpu Ocllo, sobrina de Huayna Cápac, emperador de Tahuantinsuyo, fue bautizado con los apellidos ilustres del mayor de sus tíos paternos y de otros antepasados que pertenecieron a la casa de Feria.
Recibió en Cuzco una esmerada educación al lado de los hijos de Francisco y Gonzalo Pizarro, mestizos e ilegítimos como él, pero durante sus primeros años estuvo en estrecho contacto con su madre y con lo más selecto de la nobleza incaica. Accedió a la instrucción de los amautas o sabios incas versados en la mitología y cultura incas.
Su obra cumbre : "Los comentarios reales", es la más famosa y en ella El Inca Garcilaso recoge las historia de la cultura inca.
Nunca leí nada igual; real, exótico, aventurero, poético. Que penurias y trabajos pasaron, que aventuras tan enormes y bien narradas, con que ojos vieron el nuevo mundo y les vieron a ellos (1532-1572). Para mi, El Inca Garcilaso pasa a ser el mejor escritor de la historia de la literatura española.

Mi sueño era anterior a la lectura de «la florida del Inca», los «Comentarios reales de los Incas» y «La conquista del Perú» (segunda parte de los comentarios). Libros escritos por Garcilaso el inca.
Después de leer los tres libros con avidez, quise recorrer aquellas tierras a lomos de mi caballo metálico con alforjas , a la misma velocidad que aquellos aventureros, parándome a dormir donde se terciare.
Gracias al inca Garcilaso uno aprende a amar más aun a los indios nativos así como a sus conquistadores. Conquistadores que mezclaron su sangre con aquellos indígenas.
Hoy, cuando vives y respiras aquellas tierras, puedes comprobar que siguen allí aquellos oriundos, con sus rasgos característicos muchos de ellos, en cualquier pueblo de los Andes o la selva amazónica.

Siguen allí!





















































Estuve un rato meditando en la preciosa Plaza de Armas de Cuzco, admirando su enorme tamaño, escoltada por la  Iglesia de la Compañía de Jesús y la Catedral del Cuzco o Catedral Basílica de la Virgen de la Asunción.
En el centro de la plaza está la estatua de Pachacútec o según otros de Manco Cápac, pero en realidad es un   monumento  Inca, de 2 metros con 20 centímetros de altura de bronce pulido,  que es la representación simbólica de la cultura incaica.

Después de ver la Plaza de Armas me dispuse a buscar hospedaje cerca de la misma ya que quería disfrutar del casco histórico en cada salida. Encontré un hotel de moteros con un precioso patio con balcones  con barandilla de madera azul y suelo empedrado en grandes losas . No fue barato pero al menos era céntrico.
(Hotel Casa Grande Colonial Palace ) un poco justo en cuanto a confortabilidad y de trato no muy amable. No repetiría.
 Anduve recorriendo la ciudad a mi aire después de una ducha escasa que era el hilillo de agua que apenas salía de las tuberías.

Comí a gusto y no paré de patear las calles de aquella hermosa ciudad. Por la tarde anduve recorriendo la calle La calle Hatun Rumiyoc (de la Roca Mayor),  bordeada por el muro del que fuera el palacio en el cual habitó el Inca Roca.
Actualmente es una ruina arqueológica en la que se superponen la original construcción de los períodos incaico, colonial y republicano. Los muros están formados por piedras de diorita, y forman parte del actual palacio arzobispal de la ciudad.

Este muro se extiende a lo largo de casi toda la calle y es un extraordinario ejemplo de las complejas técnicas de construcción de la antigua civilización inca. Sobre todo considerando que las piedras son grandes, extremadamente duras y  en forma poligonal.


La verdad es que la calle es preciosa. llena de tiendas en los que se venden ponchos y gorros andinos. y por donde circulan mujeres y niños vestidos con los ropajes típicos peruanos al lado de una llama. Se dejan retratar y posan con los turistas a cambio de un dinero bien ganado.

Perderse por las callejuelas de Cuzco es una aventura, ya que las casas de arquitectura colonial hacen hermosa esta ciudad de 400.000 habitantes. Muchas de estas casas con grandes ventanales y balconadas preciosas.






















Cené pollo con patatas en una tasca céntrica con una buena cerveza de un litro de marca cuzqueña. Mientras cenaba pensaba en el itinerario para ir a Aguas Calientes (Machu Picchu pueblo) desde donde se sube en autobús o andando a las ruinas de Machu Pichu.
Después de todo quería ir al día siguiente a ver las ruinas Incas.


lunes, 17 de abril de 2017

Abancay - Limatambo 107 Km



2298 m - 3992 m

Desde Abancay, 35 km subida al Nevado de Ampay 3992 m. Luego bajada de 52.6 Km hasta los 1855 m de altura llegando al río Apurimac, cruzando el puente Cunyac para bordearlo posteriormente por su izquierda. Más adelante progresiva subida de 17.4 Km en la orilla izquierda del río Apurimac hasta llegar a Limatambo situado a 2524 m de altura.





Ese día me desperté más tarde de lo habitual, ya que también me había acostado bastante tarde. Dormí muchas horas y descansé muy bien. Me di una vuelta mañanera por Abancay disfrutando de un día estupendo. El sol brillaba en todo su esplendor mientras los escolares trajinaban por las calles dispuestos a ir al colegio y las madres con los más pequeños a la espalda se desplazaban a sus quehaceres diarios.

Desayuné algo y anduve recorriendo la Plaza de Armas donde lucia en amarillo y la iglesia de Abancay, también llamada Catedral de la Virgen del Rosario.
























































Poco después monte en mi “caballo” de alforjas. La primera subida para salir de Abancay se me hizo pesadísima, aunque aquello no era nada comparado con la llegada a la periferia de Abancay. No exagero nada si digo que era una cuesta del 25%. Haciendo eses y resoplando como un búfalo herido, decidí claudicar y poner pie a tierra. Era la primera vez, pero me permitió sobrevivir. Dos Kilómetros andando después, la pendiente se normalizaba. Vamos que era de un 14 o 15% y a ritmo tranquilo podía subir a mi bestia metálica y a mi mismo.

Me lo tome con calma, ya que 35 Km de subida tomaría su tiempo. En esta subida paré varias veces a comer y beber, a descansar o cambiarme de ropa. Ya que empecé achicharrado de calor en las primeras rampas y como casi siempre en la cima la temperatura bajaba bastante. Pero incluso en plena subida a veces se nublaba y las corrientes de aire hacían que necesitara un maillot de manga larga.

Después de unas cuantas horas subiendo con sus respectivas paradas llegue a la cima.

Una vez arriba todavía me quedaba una deliciosa bajada de 52 km hasta el río Apurimac. Como casi siempre en estos puertos larguísimos había recorridos más llanos e incluso ciertas subidas.

Al empezar a bajar me sentía pletórico. En las bajadas disfrutaba muchísimo. Desde arriba se veía un horizonte lejanísimo; el que permitía una cima de casi 4000 m. Era delicioso el dejarse llevar y contemplar el paisaje. Y aunque pedaleaba bastante, el esfuerzo no tenía nada que ver con subir.

En las subidas iba en modo introspectivo, mi dolor y yo, negociando el sufrimiento. Todo para dentro casi nada para fuera. En cambio en las bajadas mi cabeza adoptaba el modo exterior, observando y disfrutando lo que había a mi alrededor todo el rato. Cualquier cosa o paraje interesante era motivo de parada, charla y fotografía. En las subidas, una parada me rompía el ritmo y no veía las cosas de la misma manera.

Ahora me enfrentaba a una maravillosa gran bajada, lo que implicaba cierta relajación y disfrute.







Cuando llevaba un 30 minutos bajando, tuve que parar a ponerme un segundo malliot de manga larga. Luego continué observando las praderas verdes que se asomaban curva tras curva. En una de las laderas a mi derecha distinguí unos puntos coloridos que se movían sobre una tierra bien arada. Separados de esos puntos otros tantos de color rosa. No sabía exactamente lo que estaba viendo, pero me llamó la atención tanto que decidí parar y hacer fotos. Pronto descubrí que eran agricultores los puntos en movimiento. Y que los puntos rosas estáticos eran sacos en el suelo. Desde una pequeña construcción a lado de la carretera vi como recogían los sacos. En fila india fueron subiendo los agricultores con ellos a la espalda hasta llegar hacia mi. Los depositaron en el suelo y todos ellos hacían una montonada multicolor, ya que el contenido de su recolección eran zanahorias; frescas, estupendas y grandes zanahorias.

Hablé con uno de los agricultores, que rápidamente me interrogó por mi viaje origen y destino. Descubrí con el tiempo que si ellos hacían las preguntas primero luego me dejarían preguntarles a ellos y me contarían cualquier cosa. Así que después de contarles algo de mi periplo en bicicleta, me contaron algo de ellos. Muchos eran familiares, y entre ellos había mujeres y niños. Los hombres lucían caras curtidas de las alturas y de su vida al aire libre. Estaban contentos y orgullosos de su recolección.

Quise hacerles unas fotos y ellos posaron gustosamente y entre risas. La verdad es que tiré unas cuantas. Posaron por grupos , incluso los más pequeños se prestaban a la labor. Una de las niñas lloraba al no querer verse sentada en un saco donde su madre la había colocado para el retrato.

Finalmente yo también pose en alguna foto con esta gente afable y buena.

Me despedí de ellos con cariño. Miré una vez más hacia atrás antes de dejar de verlos en la primera curva. Allí seguían despidiéndome con la mano.




























Bastantes kilómetros mas abajo y donde la pendiente era algo mas suave, apareció una pradera que acogía un gran campo de fútbol . En los márgenes de este la gente se agolpaba sentada al sol. Mujeres mayoritariamente con niños a su cargo, tomaban refrescos y algo de comida en aquel sábado soleado y de cielos limpios.

Curiosamente el partido sólo lo jugaban mujeres. Todo eran mujeres con niños o muchachos. Algunas abuelas cuneaban cariñosamente a sus nietos.










Después de un rato viendo el panorama seguí bajando en un deslizarse sin fin.


La siguiente parada coincidió en un puesto de carretera plagado de fruta; grandes y fresquísimos mangos como balones de rugby. El puesto se encontraba al pie de unas casitas. Aproveché para comprar un mango tamaño medio, bebida y descansar.





















































Pasados unos cuantos Kilómetros, llegué al río Apurimac, situado por aquí a 1855 m de altura. Lo bordeé por la derecha ya que la carretera discurría por esa orilla. Aquí el trayecto era bastante llano.

El puente Cunyac servía para que la carretera cruzara el río de derecha a izquierda. Así que el recorrido discurría por ese lado a partir del cruce.

Aunque se hicieron algo pesados los 17 Kilómetros finales hasta Limatambo situado a 2522 metros de altura, la belleza de los cañones por el que discurría el río me dieron el aliciente suficiente para que fuera una subida relativamente placentera. Además esta vez llegue de día al pueblo.

Una vez en el pequeño pueblo de Limatambo me dispuse a buscar alojamiento. Encontré una especie de posada en la plaza del mercado. No había mucho más donde elegir. Al entrar en la posada se atravesaba un gran y antiguo portalón que daba a un patio interior con algunos arboles y hierba en el suelo. Dentro había algunas edificaciones pequeñas que rodeaban a ese patio. Estas edificaciones eran de cal blanca con puertas y barandillas pintadas en azul cobalto. En el piso superior de una de estas casas había varias habitaciones disponibles. En una de estas me aloje. Eran habitaciones bastante espartanas pero decentes. De todas formas siempre tenía mi saco para ponerlo encima del colchón si hiciere falta.

























Después de dejar mis cosas salí a cenar. En un restaurante del pueblo comí bastante bien. No tardé en volver ya que me sentía bastante cansado ese día. Así que cuando me quise dar cuenta estaba dormido.

Al día siguiente me esperaba Cuzco la ciudad de los reyes Incas.