domingo, 8 de octubre de 2017

Isla de Amantaní





Amantaní está a tres horas de navegación desde Puno, para nosotros algo menos ya que veníamos de las islas flotantes de los Uros.
Nada más desembarcar, varias mujeres con el traje regional típico esperaban tejiendo una especie de bolillos. Poco después vendrían algunas  familias . A los turistas les asignarían una familia con la que alojarnos, donde también estaba incluida la comida.
A nosotros nos tocó un matrimonio mayor y mi compañero de alojamiento sería un español cuyos padres eran peruanos pero nunca había visitado su país de origen. Se encontraba en Perú haciendo turismo.
Las habitaciones eran básicas pero suficientes y confortables.
No tenían electricidad ni agua corriente y los baños funcionaban con cubos de agua.
Cuando caía la noche había que manejarse con linternas. Yo estaba más que acostumbrado a esto, ya que bastantes días dormía en la tienda en plena naturaleza.

El matrimonio resultó ser encantador y tenían tres hijas, dos casadas y una que vivía allí. Al parecer los nativos rotaban sus casas para que todos se beneficiaran del turismo. La casa, como casi todas estaban subiendo ladera arriba a unos 400 metros desde el embarcadero, por lo que las vistas del lago Titicaca eran preciosas.
Nos ofrecieron una comida calentada en un fuego de leña en la parte baja de la casa; una sopa de verduras con quinoa , un cereal muy utilizado en Sudamérica, con algo de pan.

Habíamos quedado  los 12 turistas del barco después de dejar nuestras pertenencias en nuestras respectivas casas.
El punto de encuentro era como una plaza de pueblo. Bueno en realidad era una especie de cancha deportiva con gradas al lado de la sala comunal Colquecachi.
Allí muchas mujeres estaban sentadas en unas gradas con preciosos vestidos típicos de Amantaní.
El resto de turistas también estaban sentados esperando a sus guías que les conducirían a la cima de la montaña Llacastiti 4150 m , 320 m sobre el nivel del lago (3810 m).





























































La isla de Amantaní, está situada al Norte de la isla de Taquile. Tiene forma  circular con un diámetro de 3.5 km. Su superficie es de  9,28 km² y es la mayor isla  peruana del lago Titicaca.

La población es de aproximadamente 800 familias (3000 personas) repartidas en las 10 comunidades de Santa Rosa, Lampayuni, Sancayuni, Alto Sancayuni, Occosuyo, Occo Pampa , Incatiana, Colquecachi y Villa Orinojón,​ más el pueblo. Su principal medio de subsistencia es la actividad agrícola; centrándose en la patatas, ocas, cebada y habas; También tienen ganado vacuno y bovino. Destaca también su artesanía textil. Otra actividad es el tallado de piedra granítica que abunda en la isla; tallan diferentes utensilios y también utilizan la roca para la construcción.

 Aparte de la agricultura, otra fuente muy importante de ingresos es el turismo.

Cuando llegó nuestro guía, emprendimos un camino de losas de piedra delimitado por muretes también de roca granítica. Subiríamos a la montaña sagrada llamada Pachatata (padre tierra). Después de unos 20 minutos llegamos arriba pasando por arcos de piedra construidos por los nativos.

Las vistas desde arriba eran espectaculares con una puesta de sol preciosa. Durante la subida habíamos podido ver diferentes tenderetes de artesanía y preciosas  telas bordadas.

En la cima una pequeña me ofreció pulseras y no pude resistirme ni a las pulseras ni a su cara de alegría al decirle que quería una. Después de todo, una pulsera podía comprarla sin peligro a aumentar el peso de mi bicicleta.

Al contemplar la puesta de sol teníamos en frente la la península de Capachica. El sol se fue escondiendo y las nubes fueron cambiando de color anaranjado a rosado.
La gente se sentaba a ver esa maravillosa puesta. Era nítida y clara ya que a 4000 metros de altura y en plenos Andes el aire es puro y limpio.









































































Cuando el sol se escondió definitivamente, la gente empezó a desdender a sus casas. Pero justo por el otro lado las vistas eran también impresionantes. La luna iluminaba el lago con un halo blanco sobre un azul de cuento, de esos que sólo se ven en lugares especiales. Aquí mirabamos al Este y el lago parecía un mar, era imposible ver la otra orilla en parte peruana y en parte boliviana.

Llegamos al anochecer a nuestra vivienda alumbrados con las linternas.
Cenamos con la luz de unos candelabros con velas dentro.
Luego teníamos una fiesta con música y camciones locales y para ello nos prestaban ropa típica peruana. Allí estaba yo con mi poncho mi gorro andino. Fue una fiesta divertida ya que todo el mundo se animo a bailar, no solo con los bailes típicos peruanos. Los europeos y norteamericanos bailábamos un híbrido entre sus danzas peruanas y un baile moderno, lo que hizo mas divertido ver el resultado del baile en los demás.

Tras la fiesta cada uno se fue a la casa correspondiente.
Hacia bastante frío, que mezclado con la humedad llegaba hasta los huesos. Pero las camas tenían varias mantas y había mas en un armario por si las necesitábamos. Yo no me había traído mi supersaco de plumas y la verdad es que no me hizo falta.
A la mañana siguiente desayunamos con nuestros anfitriones y nos despedimos de ellos.
Nos dirigimos al embarcadero para tomar el barco y poner rumbo a la isla de Taquile.