domingo, 29 de enero de 2017

Andahuaylas- Abancay 120 Km




 Desperté casi con las primeras luces . Del sol, ni rastro, una espesa niebla hacía que no se viera nada a 20 metros. En ese momento hacía bastante frío, así que me abrigué bastante pero sin excesos, ya que me quedaban 17 km de subida y algo terminaría sudando.

 Monté en la bici y empecé a pedalear con ganas para quitarme el entumecimiento. Es ese momento llevaba mis guantes de alpinismo, unos que también aguantaban hasta menos 15 grados centígrados. Me los ponía a primeras horas del día en zonas montañosas o muy frías, ya que lo primero que se enfría en la bicicleta es la cabeza y las manos. Eran incómodos por su gran grosor, pero cumplían su función. En cuanto pasaba esa primera hora cambiaba los guantes por otros también largos pero ya específicos para la bicicleta y de menos capacidad calorífica. Tenía otros guantes cortos para las horas centrales del día, ya que en algunos lugares se llegaba a los 22 grados.

 Cuando llevaba 5 km la niebla quedó a atrás y por debajo. Así que el sol estaba esperándome para coronar el puerto. Empecé en 3550 m de altura y terminaría la subida a 4131 m.

A 12 Kilómetros de coronar el puerto me empecé a encontrar mal. El agua se me había acabado a mitad de noche a pesar de llevar mucha. La sed acumulada hizo que me bebiera toda. También tenía bastante hambre y no me quedaba comida.








A 5 km Kilómetros de finalizar el puerto me llamó la atención el de movimiento dos niñas de unos 4 o 5 años jugando al lado de una pequeña casa. Hacía un buen rato que no veía ninguna. Según iba en la bicicleta giré mi cabeza asombrado por la belleza salvaje y gastada de las niñas. Eche el pie a tierra y pude observar como ellas miraban extasiadas mi bicicleta cargadísima y con esas alforjas rojas.

 En otro lugar lo describí así:

 "Tras muchos días de periplo peruano-boliviano, el último pueblo había quedado atrás 30 kilómetros antes. Sólo algunas llamas miraban de reojo al escuchar mi resuello mientras me peleaba con el camino. Me había quedado sin agua y sin comida a 4.200 metros y sin poblaciones por delante. Una sencilla casa de adobe humeaba al doblar la curva, quizá mi última oportunidad de conseguir agua y comida en la cordillera de Andahuaylas. En la puerta, dos niñas casi idénticas de unos cuatro años jugaban sentadas. Caras curtidas y quemadas por el sol, la altura y el frío seco de los Andes peruanos. —¡Hola! Por respuesta, sonrisas y miradas cómplices. —¿Están vuestros padres? —¡Ji ji ji! Las niñas observaban asombradas mi enorme montura a pedales con grandes alforjas rojas. Su abuela salió y me invitó a pasar a la vivienda. Una sopa de verduras de caldero de leña y pan recién hecho eran una bendición para reponer fuerzas y seguir mi camino hacia el lago Titicaca. Agradecido enormemente, quise pagar por la hospitalidad, pero la mujer negó con la cabeza y me despidió con una sonrisa" 

 Esto fue así, pero hubo mucho más; Al principio estaban las niñas solas y sonreían jocosamente al verme . Después de la primera toma de contacto saqué mi cámara y les hice unas cuantas fotos. Eran unas caras únicas, preciosas y curtidas a la vez, con el moquillo a medio colgar de sus rojas narices. Los jerséis, pantalones y gorros que llevaban les daban otro toque de color añadido. Estuve tirando fotos y fui capaz de olvidar mi sed, hambre y malestar general mientras lo hacía.
Cuando salió la abuela le pareció bien posar para mi y conmigo. Luego vino el ofrecimiento de sopa deliciosa con pan que me hizo resucitar.
 Antes de irme quise grabar en vídeo a las pequeñas. Justo cuando grababa, apareció la madre de las niñas. Con paso decidido les dio unos grandes azotes . Nunca supe porqué lo hizo y allí quedó grabado en mi vídeo resumen del viaje. Creo que pudo ser porque  las puse al otro lado de la carretera para grabarlas con las vistas detrás. Seguramente y aunque no había casi tráfico por allí, ellas tenían aviso de no cruzar nunca y por eso la madre les dio unos azotes. Me sentí muy culpable, pero no pude disculparme ya que la madre las metió para dentro de casa de manera brusca y enfadada. Así que allí nos quedamos mi salvadora (la abuela) y yo. Fue cuando antes de irme quise pagarle esa deliciosa sopa y pan recién hecho. Fue también cuando me sonrió y se despidió de mí sin dejar que le diera nada.
 Gente humilde y sencilla ofreciendo todo lo que tienen.

Me fui pedaleando de allí pensando en esta familia que vivía a 4000 m de altura. Con nuevas fuerzas gracias a la comida ofrecida, terminé el puerto con bastante brío y alegría por haber vivido una experiencia así y sobre todo por ver que existe gente maravillosa.

























































Nada mas coronar el puerto se llanea unos tres kilómetros. En ese llano, con unas vistas impresionantes de la montañas a la izquierda, una docena de mujeres  andaban recolectando patatas. Iban vestidas con sus coloridos vestidos andinos y la escena parecía increíblemente bella. No tuve más remedio que parar otra vez.
Un poco más allá otra hilera de hombres trabajaba también en los mismos cultivos. Alguno de los hombres se acercó al verme conversando con las mujeres.
Hablamos un buen rato.  Me preguntaron que de dónde era, a qué me dedicaba, cual era mi destino en bicicleta, los años que tenía, familia e hijos.. en fin un buen escrutinio.
Mientras hablábamos las muchachas más jóvenes se reían de cualquier cosa que dijera, parecía que todo les hacía gracia.

Me despedí de los agricultores y empecé la bajada del superpuerto. 91 Km de bajada hasta el rió Pachachaca. Descenso desde los 4142 m de altura hasta los 1750 del río. Bueno, en ese puerto enorme de bajada había "pequeñas" subidas y llanos, incluso un buen puerto de subida de 15 km. Es lo que tienen estas supermontañas con sus súper puertos. Son tan gigantescos e impresionantes que en su camino cabe todo; grandes y variados bosques, ríos inmensos y medianos, riachuelos, lagos preciosos como cristales,, ovejas , llamas y toda clase de rapaces. Zonas áridas y rocosas, minipueblos y pueblos mas grandes, cultivos de maíz y todo tipo de cereales... Todo estaba en cada puerto, incluida diversión y aventura. Aquello era una una infinita bajada con ríos donde la gente lavaba la ropa, pueblos con gente en sus calles, laderas infinitas que daban a valles únicos. De vez en cuando alguna subida dura. Después de una de estas, paré a comerme unos panecillos que había comprado en un pueblecito. Sentado entre mariposas que revoloteaban a mi alrededor y disfrutando de un dia soleado y maravilloso. En ese momento me encontraba en manga corta y pantalones cortos, pero antes anduve abrigado hasta las cejas al principio de la bajada del puerto.


















































Al llegar a la parte alta del "minipuerto" de 15 km de trocha (camino de arena), todo lo que quedaba eran 37 km de bajada limpia hasta el río Pachachaca y un total de 50 hasta Abancay. Ese día haría una buena tirada : en total 120 Km rompepiernas. Sobre todo el final. con la subida infinita hasta Abancay.
La subida a Abancay fueron 12 km en nocturnidad casi absoluta que no se acababan nunca que ya contaré.
Ahora estaba en lo alto de ese minimuerto con unas vistas extraordinarias de Abancay. Allí había dos mujeres que uno no sabe de donde pueden salir en esas alturas. Una paseando a su perro y otra con una madeja de lana. Tenía la lana en bruto y la iba refinando en la madeja mientras paseaba. Aproveché para tirarles unas fotos y hacerme yo alguna . Luego me lance hacia el tramo final. 


Abancay estaba ahí abajo en la ladera de enfrente a 50 km. Se veía una gran población, inmensa, inclinada y alargada en la ladera de enfrente del siguiente puerto. Parecía que Abancay estaba cerca pero estaba a esos 50 km engañosos. En 30 km se bajaba hasta el río Pachachaca desde los 3400 m hasta los 1759 m . Luego había que llanear 7 km hasta el puente nuevo para luego subir a Abancay. Cuando crucé el río unos hombres me dijeron que si hubiera cruzado el puente viejo me hubiera ahorrado 10 km. Tarde me enteré.






 Entonces ya casi era de noche. Encendí las luces de la bicicleta y me dispuse a subir una carretera asfaltada que no terminaba nunca. Otra vez de noche y con 12 km hasta Abancay, más otros pocos hasta el centro de la población. Eternos es poco, se me hicieron insufribles, mas por cansancio mental que físico.
Entré en "modo continuo": a ir pasando una curva tras otra. Todas negras como boca de lobo. Aquí no hay tendido eléctrico, nada más que en las poblaciones y no mucho. Ni si quiera líneas o reflectores de plástico en las carreteras.
Camiones inmensos pasaban a mi lado subiendo y otros a toda marcha bajando. Olor intenso a pastilla de freno en los Andes, casi mascábalo.
 « A ver si en esta curva aparece el pueblo». Nada!! así una tras otra, con una pendiente inaguantable para mi cuerpo ya cansado. Pensé en no esperar el pueblo en cada curva y solo esperarlo cada diez curvas. Cada diez curvas anhelaba la llegada a Abancay, no antes, para que los Km corrieran y diera tiempo a llegar.
En una curva apareció una especie de bar de carretera. Si no fuera por la luz que se reflejaba fuera, me hubiera parecido imposible que un sitio donde reponer agua apareciera de repente en aquella oscuridad.
Compré una coca-cola de medio litro y una botella de agua. la cocacola me la trinqué allí mientras recuperaba el resuello. ¡Que rica! el azúcar de esta me sabía a gloria. En ese momento todo me sabía a gloria. Pregunte a los dos hombres que había en el bar (el dueño y un único cliente) que cuanto me quedaba. Cuando me dijeron que apenas dos Kilómetros, mi alegría era contenida. A lo largo de mi viaje en bicicleta, descubrí con cierta gracia que aquí no se tiene medida de lo que es un Km. Te podían decir que quedaban 5 Km y en realidad eran 20.
Aquí es raro que la gente vaya en bicicleta, lo normal es en autobús o coche. Así que lo de los dos Km no me lo creía. E hice bien en no ilusionarme demasiado, ya que una vez en la carretera continué con mis interminables curvas en pendiente perpetua.

5 Km después vi las primeras luces de Abancay. ¡Qué alegría! En realidad eran solo las 8 y vente de la noche, pero ya llevábamos casi dos horas sin sol.

Como casi siempre que entraba en una población, lo primero que me recibía era una jauría de perros ladrando. Salían de sus casas y se animaban al verme. A veces amagaban con morder, otras se limitaban a perseguirme a ciertos metros de distancia. Los mas atrevidos rozaban mis ruedas. Al principio de mi viaje les gritaba y parecía que por un segundo se retiraban, pero volvían rápidamente al ataque. Así que opté por hacerme el sueco. Este patrón se repetía una y otra vez en cada población, ya fuera pequeña , mediana o grande.
 Algunos cicloturistas que me encontré llevaban varas de bambú para defenderse de los perros. A mi no me hizo falta. Tengo una perrita y les tengo mucho cariño a estos animales. Pero aquellos estaban totalmente asilvestrados y dejados de la mano de Dios o del diablo.   Un ser en bicicleta con cuatro alforjas y bultos varios, a ritmo lento y resoplando, era un bulto raro y no asimilado en esas tierras por los chuchos. Los perros tenían asumido ruidos de coches, camiones y motos, incluso peatones a pie. Para ellos yo representaba un ser nuevo y de otro mundo.




 Me aloje en u hotel del centro y me duché rápido. Esa noche comí en un chino cantidades industriales de arroz con pollo con una gran cerveza peruana (Cristal) de 800 cc. Después paseé un rato por esta animada y poblada población de casi 60000 habitantes. Más tarde Chateé con Marga y los niños aprovechando el WF del hotel. Compré algunos bollos y mucha bebida para comer y beber antes de acostarme y durante la noche.
Esa vez tarde en dormirme, estaba tan cansado que me costo conciliar el sueño. Al día siguiente afrontaría la subida del nevado Ampay 3993 m dirección Limatambo.

viernes, 27 de enero de 2017

Chincheros-Andahuaylas + 15 Km = 103 Km




A primera hora de la mañana y con las primeras luces del día, salí de Chincheros (2850 m) . 15 Kilómetros después atravesé Uripa (3200). Desde Uripa se pasa de los 3200 m a 4309 m en 25 km, con la culminación del puerto. En realidad desde el río Pampas del día anterior que está a 1975m de altura, no terminas de subir hasta superar ese puerto de 4309 metros.

Este día fue bastante fructífero, ya que me entretuve poco haciendo fotografías. Apenas paré algún momento a comer algo de fruta y panecillos que llevaba.
 Respecto la comida comentaré que tenía que intentar comer a todas horas. Resulta que tenía un problema grave de adaptación a la ingesta calórica. Necesitaba unas 5000 calorías al día y mi cuerpo apenas me pedía la mitad. Desde mis tiempos de maratoniano, cuando tenía que comer grandes cantidades de hidratos para reponer la gran cantidad de calorías perdidas por el gran volumen de trabajo, no había necesitado comer tanto. De hecho la práctica de mi ejercicio diario era un trayecto de 12,5 km para ir al trabajo y otros tantos de vuelta en bicicleta, más algo de carrera continua el fin de semana. En realidad deporte salud sin excesos ni lesiones. Por lo tanto mi ingesta tampoco era muy grande en mi vida ordinaria. De hecho me he acostumbrado a comer relativamente poco. Pero ahora me veía obligado a comer como una bestia si no quería consumirme. Como grandes comidas no me entraban a pesar de tener bastante hambre, empece a comer a cualquier hora del día. Siempre había un momento para comer fruta, pan. o parar en un puesto de carretera o pueblo a comer mas formalmente. En realidad hacía las dos cosas.



Pronto descubrí que en casi cualquier parte que vendieran pan, podrían prepararme dos o tres huevos fritos que encima eran de granja. El pan y los huevos no pasaba del euro muchas veces en soles peruanos Otras veces paraba en una especie de restaurante de carretera al lado del río que me tocare atravesar. Allí me hacían un trucha de río fresquista con arroz. Otra vez a un precio muy económico. Lo de precio económico no siempre no fue así, ya que en las grandes poblaciones como Lima, Cuzco o Puno, los precios suben muchísimo. Bueno, el resultado es que a base de comer a todas horas conseguí llegar a una ingesta calórica muy generosa. Lo que no impidió que adelgazara bastante, a pesar de ser bastante delgado de antemano. Esto se debía entre otras cosas a que mi adaptación a los caminos y carreteras y distancias enormes fue más rápida que mi ingesta calórica. Pronto vería que era capaz de estar todo el día pedaleando. En realidad no tenía nada mas que hacer. De sol a sol que eran unas 12 horas aquí en el Perú. Podía hacer fácilmente 60 Km de una tacada, descansar , comer y hacer fotos, hablar con los lugareños, seguir otros 40 Km, volver a comer... otros 20 más. Tenía todo el día para mi y mi cabalgadura, a ritmo lento, ritmo de caballo, como Pizarro. No se me escapaba nada y era maravilloso sentir el aire y el sol de los Andes en la cara, en el alma.


















Después del pasar Uripa y según iba ascendiendo el puerto, paré un momento a fotografiar los bellos y rojisimos cultivos de quinoa, cereal que esta muy de moda en Europa y otras partes del mundo por su capacidad nutritiva. Destacaba su rojo color entre el verde inmenso de las montañas de los Andes. 

88 Km después de salir de Chincheros llegue a Andahuaylas donde pensaba dormir, pero me pareció una población muy ruidosa y todavía quedaban algunas horas de luz. Así que me atreví con algunos Km más de subida. No muchos más, sólo 15. lo suficiente para alejarme del bullicio y plantar la tienda en algún lugar agradable. Había comprado comida y bebida en aldahuaylas y cenaría tranquilamente en mi tienda.

Justo a 15 km del puerto empieza un llano de unos 4km para luego seguir subiendo. En ese llano decidí quedarme. Todavía con mucha luz, ya que eran las 4:30 de la tarde, tenía dos horas de sol por delante para montar la tienda y cenar. Allí en la planicie me encontré con algunos ganaderos y ganaderas. Los primeros me enseñaron las patatas pequeñas que tenían secándose al sol. El Chuño o Chuno como lo las llaman aquí.



El chuño es uno de los elementos centrales de la alimentación indígena y, en general, de la gastronomía de la región altiplánica de América del Sur, particularmente de Bolivia y del Perú, En realidad se somete a la patata a diferentes periodos de exposición al sol y heladas, al final la patata termina perdiendo su agua. Para la chuñificación se extienden en suelo plano, cubierto de pajas, dejándose congelar por la helada, durante tres noches aproximadamente. Luego se retiran del lugar donde se congelaron, se dejan al sol y se procede a pisarlos para eliminar la poca agua que aún conservan los tubérculos ya congelados. Después de este proceso se vuelven a hacer congelar una vez más. Resulta que la patata así tratada puede ser conservada incluso por años.
 Hay dos variantes, el Chuño» o «chuño negro» y la «Tunta», «Moraya» o «chuño blanco».
En realidad de las patatas de Perú y Bolivia podría hablar horas. Allí tienen una gran variedad en tamaños, formas sabores y colores. Amarillas, alargadas como pepinos, rojas y gordas, naranjas. En realidad son casi infinitas.


 Después de ver los diferentes chuños entendidos por el suelo, me entretuve hablando algo con algunas ganaderas que llevaban un rebaño de ovejas, vacas y algunos cerdos. Algunos perros pastoreaban a todo este ganado con gran soltura.

 Al final me quede a dormir en un pequeño pajar donde almacenaban patatas. Con mi aislante y mi supersaco dormiría calentito y cómodo. Llevaba mi saco de plumas del Kilimanjaro con capacidad de hasta 22 bajo cero, y aquí raramente bajaba de menos cinco por la noche. Después de tanto pedaleo no me costaba conciliar el sueño. Siempre cerraba los ojos pensando en mi próximo destino: Abancay

jueves, 5 de enero de 2017

Caucho Pampa-Ocros-Chincheros 90 Km




 Partí al día siguiente desde Caucho Pampa. Me despedí de algunos lugareños que miraban extasiados mi cabalgadura.
Con bastante frió a primera hora remonté los 12 Km que me quedaban de puerto. La pista de arena enseguida llegaba a los 4000 metros (4050 la máxima) y se mantenía llaneando sobre esta altura bastante tiempo. Al final del puerto las vistas que se me ofrecían eran de paisajes de ensueño, con cientos de kilómetros de horizonte. Mientras llaneaba por la cima, me encontré con varios escolares yendo al colegio y a algún lugareño en bici.

 Empecé a bajar pòr una pista de tierra interminable kilómetros y Kilómetros de bajada a placer. En algunos tramos de la bajada, los obreros arreglaban la pista por trechos concretos. De vez en cuando paraba a contemplar las extensas y maravillosas vistas y a tomar fotos. Tuve que abrigarme con mi segundo maillot de invierno, además llevaba mi mejor culote largo, ya que bajando desde 4000 m y cogiendo velocidad era fácil perder calor. El invierno de Perú y Bolivia era soleado y sin lluvias, pero a cambio las primeras y últimas horas del día eran frías. Tenía a esas horas un hambre atroz, así que me comí una barrita energéticas de cereales y tome un trago a una especie de fanta azucarada de dos litros que llevaba encima. Sabía por mi experiencia que en circunstancias excepcionales de hidratación, lo más importante era que entrara bien la bebida. A veces uno tiene sed pero el agua fría el cuerpo no la tolera. Simplemente con que tenga algo de azúcar es más fácil de asimilar e ingerir ( algo crucial en grandes recorridos) por lo que terminas bebiendo más, sin importar los azucares de más cuando uno quema 5000 calorías al día.


















































Después de una bajada de 21 km y de un total desde Caucho Pampa (3169m) de 33 km, llegué a Ocros (3169m). pasando antes por el puerto de 4050 m. Desde esos 3169 m de Ocros todavía tendría que bajar hasta los 1988 del río Pampas. En total una bajada de 2062 m y 48 km de trocha o pista de tierra. Allí llaman pista al asfalto y trocha a la pista de tierra. Luego me quedaría una subida de 24 km hasta Chincheros (2850 m de altura) .
Después de la paliza del día anterior, en una subida eterna, llegaba una bajada casi casi eterna también. Pero en Ocros ya tenía un hambre descomunal. En este pueblo apacible paré a "repostar". En la Plaza de Armas había alguna tienda de comida y comestibles. Aunque lo que más me apetecía era comer los pequeños panecillos caseros que había comprado en Caucho Pampa a una granjera, eran de leña y recién hechos. Así que en la plaza de Armas de Ócros me dispuse a beber y comer panecillos (hidratos a lo bestia). Entre bocado y bocado tiraba fotos de casi todo.

Empece tirando fotos a unas vendedoras de helado casero, tenían el helado en una caja de madera forrada de chapa por dentro. Helados cremito decía su letrero exterior. La vendedora vestía en típico traje andino de esa zona, con un sombrero que aquí podríamos decir que era de tipo cordobés, pero con ala mas corta. Estaba acompañada por otras vendedoras, una de ellas vendía limones y la otra acompañaba en la charla. Vestían de falda ancha colorida y un a especie de pololos o leotardos debajo. Por arriba una chaquetilla de lana de llama o alpaca seguramente. Una sombrilla les protegía del sol. No fue difícil tomarles la primera foto, pero no estaban por la labor de posar. Pero mi hambre y sed descomunal una vez entrado en calor me facilitaron las cosas. Me comí cuatro helados de sabor combinado, fresa y limón. Después de esa demostración de amigo del gremio heladero, la mujer posó para mi definitivamente.

Hice también alguna foto de niños por la Plaza de Armas, algunos con mochila escolar y otros jugando. Tomé también otras fotos de lugareñas con la compra llevada en el poncho a rallas echado a la espalda. Un poco más tarde hable con una abuelita que tomaba el sol cual lagarto en una esquina de la plaza.
La verdad es que la Plaza de Armas de Ocros era muy luminosa y casi todas las casas estaban lucidas en azul celeste.




























 Después de un buen descanso en Ocros, continué mi descenso camino de río Pampas. Antes pasé por la población de Chumbes y Ninabamba.
En Chumbes paré a comprar una cuantas bolsas de palomitas de las que venden por aquí. Una especie de maíz hinchado y agigantado ya ablandado como una palomita pero con la forma del maíz todavía en estado gigante. No se como lo hacen pero consiguen hacer palomitas sin que estalle el maíz, y con ligero y agradable sabor dulce. Para mi era una fuente de carbohidratos bestial, siendo además muy nutritivas y ricas.
Desde Chumbes las vistas son impresionantes ya que una de las partes del pueblo está en una especie de barranco con vistas increíbles. Seguí bajando y bajando, atravesé riachuelos que atravesaban la pista de tierra.
Pasé junto a Ninabamba y por fin llegué al puente de hierro forjado sobre rió Pampas. Me entretuve mas de la cuenta haciendo fotos sobre el cauce del rió donde entre entre otras cosas me cosieron los mosquitos mientras hacia fotos. Luego seguí mi camino hasta Chincheros. Compre unas manzanas frescas en unas casas al otro lado del río y cogí la carretera de asfalto que en principio bordeaba el rió Pampa por su izquierda pàra luego también girar bruscamente a la izquierda. En mi GPS tenia previsto un trazado de pista de tierra que bordeaba el río blanco Apurímac , pero dado que se me iba a hacer de noche opte por la ruta más rápida. Después de todo me quedaban 23 km que se me hicieron eternos, ya que iban subiendo progresivamente desde el rió Pampas (1988m) hasta llegar a Chincheros (2850m).

 Llegué de noche y cansado. El trayecto final a Chincheros se hizo penoso y nocturno, de esas veces en que pasa el tiempo y apenas avanzas un km. Me resigné y me puse en modo continuo pasara lo que pasase.

Al llegar a Chincheros me quedé en un hostal donde acomodarme y poder ducharme decentemente. Mas adelante descubrí que donde mejor dormía era en mi tienda de campaña, montándola sobre las 4 de la tarde ya que a las 6:30 de la tarde empezaba anochecer. Montaba la tienda provisto de comida y apreciando el paisaje, ya que buscaba un sitio discreto y bonito a la vez. Pero esto tardé en descubrirlo unos días. Hubo un momento durante el viaje en que me hice más parte del paisaje, mas viajero, y donde dormir bajo las estrellas era lo mejor. Salí a cenar en condiciones por Chincheros y después caí rendido en la cama, apenas me dio tiempo a pensar en mi próximo destino: Andahuaylas.