lunes, 15 de mayo de 2017

Saqsaywaman - Uros - Cusipata 83 Km






Saqsaywaman 3600 m

En el Noroeste de Cuzco, en una de las laderas  de montañas que la rodean, se encuentra  la Fortaleza Santuario de Saqsaywaman (del aimara saqsaw waman, lugar donde se sacia el halcón)
Se comenzó a construir durante el gobierno de Pachacútec, en el siglo XV; sin embargo, fue Huayna Cápac quien le dio el toque final en el siglo XVI.

Cuando en 1533 los españoles llegaron a Cuzco con Pizarro a la cabeza , se quedaron maravillados de que hubieran sido  capaces de mover y tallar piedras tan grandiosas (200 toneladas algunas). Sobre todo porque no conocían las poleas, el hierro ni la rueda. Pensaron que era una fortaleza al estar en tres niveles amurallados.

Llegué allí bastante temprano, ya que nada más ver Saqsaywaman retomaría mi periplo ciclista en dirección al Lago Titicaca.
Tome un taxi para recorrer los 2 Km que me separaban del santuario fortaleza de Saqsaywaman, situado en lo alto de la ladera de la montaña.
No había nadie cuando llegué. Después de un rato esperando vino la taquillera y compré mi ticket .
Allí estaba yo, las piedras gigantescas de 200 toneladas y nadie más. Bueno casi nadie. Resulta que por el recinto pastan alegremente un rebaño de Alpacas Suri.
Estuve disfrutando de mi soledad con este gran santuario. Toqué y recorrí los enormes muros de piedra por sus diferentes niveles. Hice fotos y vídeos de las alpacas y los muros.
Estas últimas embellecían el lugar ya de por si precioso. Algunos turistas empezaron a llegar. Apenas unos 10 en todo el tiempo que estuve.
No es lo mismo ver fotos que estar allí. El conjunto de piedras es realmente espectacular.






Bajé andando hacia la Plaza de Armas, sólo había que dejarse caer. Una jauría de perros estaba en medio de la carretera de bajada y ladraban envalentonados. Cogí un palo y con movimientos enérgicos pasé con cierto respeto. Amagaron con venir hacia mi pero lance una piedra a la vez que alce una vez más mi palo. Después de esto se quedaron en amenazas sus ladridos y carreras.
Un poco más abajo hice alguna foto más  de la Plaza de Armas  a vista de pájaro desde esta ladera. Antes había hecho alguna desde el mismo mirador de  Saqsaywaman.

Tuve tiempo de asomarme al precioso  patio del Paraninfo de la Universidad Nacional de San Antonio Abab, en plena plaza de Armas. También me asome a la Iglesia de la Compañía de Jesús.

Llegue al hotel, recogí mis cosas y partí rumbo al Lago Titicaca. Tardaría unos días en llegar y me esperaban buenas aventuras antes de llegar.

Fui saliendo poco a poco de la preciosa ciudad de Cuzco. Pedaleaba contento  y con ganas. Tres días sin tocar la bicicleta eran muchos , cuando uno estaba habitualmente 12 horas al día encima de ella. Era un día soleado y fantástico y recuerdo que mi alegría era enorme. En realidad había disfrutado mucho en Cuzco y Machu Picchu, pero echaba mucho de menos perderme por las montañas y valles del Perú. Pasar por pueblos pequeños con gentes majas cuyo carácter  rural les hacía más sencillos en el trato y en el alma.
Sabía que en alguno de los pueblos posteriores a Cuzco eran especialistas en el asado del Cuy, un mamífero roedor que se cría en varias regiones de América del Sur, entre ellas Ecuador, Colombia, Bolivia y Perú. Es un plato exquisito que también se preparaba en Cuzco, pero que con los trajines de idas y venidas no tuve oportunidad de probar.
Tenía tantas energías en ese momento que no pararía a tomarme un asado en uno de esos pueblos, cuya especialidad era el asado del cuy. Lo dejaría para Puno, en cuya población  también se preparaba deliciosamente.






































Fui dejando atrás las poblaciones de Huasao, Choquepata, Oropesa, Huarcapay, Pucara. A la salida de este último mientras me dirigía a una panadería me encontré con dos cicloturistas. Formaban una pareja muy unida . Él era un empresario australiano al que esperaría toda su familia en Santiago de Chile para Navidades. Ella era estadounidense y había perdido a su marido tiempo atrás.
Estuve haciendo algunos Kilómetros con ellos. Él era un cicloturista de muchísimo alcance , ya que había recorrido diferentes continentes en bicicleta. hablaba bastante bien el español. Su ritmo en la bicicleta era más tranquilo, también su ritmo vital. No tenían prisa. un día hacían 50 Km y otros más o incluso nada. Después de todo estábamos en Julio y hasta Navidades no les esperaban en Santiago de Chile.
Mi periplo de un mes no permitía esa quietud y me veía obligado a avanzar, para ver y llegar... Sentía envidia de todos los cicloturistas que iba encontrando con recorridos larguísimos. Es otra manera de vivir.
Entre los  cicloturistas de largo recorrido que me encontré; recuerdo una pareja de  japoneses que llevaban 7 años en un viaje apasionante y sin fin desde Ushuaia a Alaska. Tres jóvenes franceses, camarero, licenciado aeronáutico y  un estudiante de no se que). Dos chavales argentinos que me invitaron a comer en medio del altiplano Peruano de los que recuerdo una sobremesa auténticamente divertida. Una pareja  holandesa que llevaban dos años cruzando toda Latinoamérica hasta Estados Unidos.
También me crucé con  dos viajeros solitarios como yo, curiosamente las dos mujeres, una austriaca y una francesa medio periodista medio huida de un desaire de amoroso. Un Belga jubilado de 42 años y su novia al que se les había unido un Estadounidense de 19. .. Miles de historias alucinantes. Todas de largo recorrido comparadas con mi modesta incursión de un mes, pero para mi como si fueran mil años de sensaciones.
Comí , hablé, respiré, contemplé, me emocioné.  Sentí, sentí, sentí. Sentí como nunca que estaba vivo en aquel viaje.

Después de tomarnos una foto juntos, nos despedimos. En las millas que compartimos no dejó de sorprenderme el australiano. Tenía hasta un equipo de música que sonaba a todo volumen mientras pedaleábamos.























Ya en solitario pasé por Urcos, un pueblo situado a 47 Km de Cuzco. Era un pueblo de paso, pero
no tuve más remedio que parar. Varias mujeres con sus trajes típicos de los Andes estaban sentadas en el suelo en una de las aceras. El espectáculo multicolor era extraordinario: con sus polleras (faldas) coloridas e hinchadas y sus sombreros  de ala sobrecargada con flecos coloridísimos.

Aquí vestían así, pero en otras zonas variaban los sombreros los ponchos o las polleras. La variedad era asombrosa y preciosa, era su ropa de diario.
Hice unas cuantas fotos ante las risas de las mujeres. Comprobé que en el mercado callejero de al lado había más mujeres comprando con esos trajes
Los trajes de Los Andes se caracterizan por el colorido de sus polleras o “melkkhay ( faldas con diferentes capas dentro) y sus ponchos, sobre todo en los departamentos de Arequipa, Cusco, Cajamarca, Ayacucho y Puno. Aunque varían entre ellos, todos están fabricados con lana de vicuña o algún hermano de la familia Camelidae. Toda la ropa es casera ya que los peruanos son unos excelentes artesanos. Llama la atención también la geometría de sus bordados y sus llamativos y preciosos colores.
Otra curiosidad es que hombres y mujeres usan un calzado llamado ajotas, realizados con neumáticos reciclados.


Después de un buen rato observando y conversando con las gentes del mercadillo, decidí reanudar mi recorrido. Antes compré una buena cantidad de fruta fresca que allí abundaba.






























Ese día recorrí 83 Km . Llegué hasta la población de Cusipata. Planté la tienda en un bosque de eucaliptus dos Kilómetros más allá de esta población. Necesitaba sentirme al aire libre, fuera de la civilización y el gentío, volver a ver el cielo estrellado y limpio.
Cuando intente poner la tienda, apenas pude clavar una pica, ya que el sitio elegido mezclaba tierra arcillosa con muchísimas piedras. Encima mis picas eran de aluminio, que eran las originales de mi pequeña tienda de dos plazas. Yo tenía otra tienda de 4-5 plazas en mi casa, pero era excesivamente grande para mi sólo. Las picas de esta, eran fuertes y de hierro. Pero las  de esta pequeña tienda habían resultado  buenas en terreno fácil, en cuanto hubo un problema como terreno duro y pedregoso, se doblaban y rompían con facilidad. Qué error no meter en mi equipaje las picas buenas!
Al día siguiente lo solucioné en la ferretería de un pueblo, donde compré unos cuantos  clavos de acero de  12 cm y 6 mm de diámetro. Pero ese día monte la tienda como pude, atando los vientos a piedras y troncos.

Apenas me metí en el saco  caí en un profundo sueño entre pensamientos sobre mi recorrido del día siguiente.
Pretendía ir hasta la laguna de Sibinacocha y ver el glaciar Quelccaya.





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