Mi visita al Mercado de Campesinos se dividió en dos días. Durante ese tiempo disfruté viendo el género que vendían y a los propios campesinos.
Cuando uno aparece en el mercado todo parece caótico. Es un mercado que alterna una gran mayoría de puestos callejeros con otros dentro de los edificios y aunque parece que todo está desordenado, pronto te das cuenta de que las mercancías están organizadas por zonas.
El mercado es relativamente reciente con 27 años desde que empezó su andadura.
Es el más grande en Sucre. Numerosos campesinos de Sucre y alrededores cercanos y lejanos venden sus mercancías en este maravilloso mercado callejero. Pero habría que decir en honor a la verdad que son cientos de campesinas las quedan el pulso al mercado, mujeres con sus hijos a cuestas vendiendo y comprando polleras, sombreros, tamarindo, anticucho, aguayos, frutas que llegan del Amazonas, que está a algunas horas de camino, calabacines, tomates, pimientos, melocotones, melones, albaricoques, fresas, cerezas y mil cosas más… Una auténtica maravilla de mercado
El Mercado Campesino es el mercado más grande en Sucre, Bolivia. Ha estado funcionando durante 27 años y continúa expandiéndose con la popularidad de la cultura de mercado en Bolivia. Muchos de los productos se cultivan o fabrican fuera de la ciudad. El mercado es también lugar de encuentro y un sitio donde pasar el rato.
Con una población de 300,000, aproximadamente 20 000 personas de Sucre trabajan en asociación con el Mercado Campesino. Aunque funciona todos los días, el sábado es el día de más afluencia. Muchas familias lo visitan juntos de manera festiva y es el lugar más visitado de Sucre. Por supuesto, todos los vendedores del mercado pertenecen a la clase trabajadora.
El genero que allí se vende es delicioso y de primera calidad, habiendo una gran variedad de comida callejera que ofrece sabrosos aperitivos y abundantes almuerzos.
Muchas mujeres pasan allí prácticamente todo el día desde las siete de la mañana hasta las once de la noche. Comen, se peinan, se alimentan y alimentan a sus hijos, trabajan, viven allí, en la calle.
Es bastante común ver a niños trabajando en el mercado. En general en Perú y Bolivia y casi toda Sudamérica los niños trabajan y no hay leyes que les protejan.
Aunque hay un proyecto en Sucre para salvaguardar los derechos de los niños y niñas que trabajan en el mercado campesino de la ciudad de Sucre. Se quiere establecer unas condiciones laborables y hacerles conocer sus derechos. Osea que no se plantean que los niños dejen de trabajar.
Hay una gran presión para que los niños en Bolivia trabajen. La necesidad de ser útiles, ayudar a la familia y la costumbre de haber visto siempre esos patrones de conducta en otros niños, hace difícil de erradicar por completo el trabajo infantil.
Saqué mi cámara nada más aparecer por el mercado, al que fui en autobús desde el centro. Nada más enfilar la calle mis pulsaciones se aceleraron. Aparecí en la zona de frutas, hortalizas y frutos secos.
Fue fascinante ver a las dependientas con sus gorros y sus polleras o faldas típicas andinas. Había visto tantos tipos de polleras en mi viaje y nunca me cansaba de ver su gran variedad según zonas y pueblos. Aquí en Sucre era igual, un espectáculo multicolor, polleras (faldas) coloridas e hinchadas con relleno, otras veces sin el. Era apreciable una gran variedad de sombreros de ala mas larga o gorros de lana.
Áquí las polleras no eran tan comunes. También había mujeres que las llevaban, sobre todo las más mayores, pero las jóvenes utilizaban unas faldas cortas y de telas coloridas y ligeras por encima de la rodilla. El tiempo en Sucre era bastante cálido y por el día se podía estar perfectamente en manga corta. Además de estas faldas cortas llevaban dos coletas enormes y trenzadas hasta media espalda. A partir de aquí el pelo estaba sin trenzar y llegaba hasta el trasero.
En Sucre vestían así, pero en otras zonas en mi viaje andino variaban los sombreros, los ponchos o las polleras. La variedad era asombrosa y preciosa, era su ropa de diario.
Los trajes de Los Andes se caracterizan por el colorido de sus polleras o “melkkhay (faldas con diferentes capas dentro) y sus ponchos, sobre todo en los departamentos de Arequipa, Cusco, Cajamarca, Ayacucho y Puno en Perú. Aunque varían entre ellos, todos están fabricados con lana de vicuña o algún hermano de la familia Camelidae. Toda la ropa es casera ya que los peruanos y bolivianos son unos excelentes artesanos. Llama la atención también la geometría de sus bordados y sus llamativos y preciosos colores. Otra curiosidad es que muchos hombres y mujeres usan un calzado llamado ajotas, realizados con neumáticos reciclados.
En cuanto llegué al mercado aproveche para tirar las primeras fotos. Grandes puestos de frutas y verduras con una mujer al frente era lo primero que disparé. Calabazas, tomates, pimientos, cebollas patatas judías verdes… enormes cantidades de la huerta boliviana. Muchas mujeres vendían el género con un delantal, otras vestían motivos andinos.
Un poco más allá otra mujer también con delantal pero con un gorro de lana, metía en pequeñas bolsas transparentes trozos de chuño y algunos frutos secos. Al lado tenía un cubo con queso fresco.
Una mujer me ofreció un zumo callejero de papaya y la verdad es que tenía sed, así que me tomé uno. buenísimo!
Seguí andando y varias mujeres esperan apoyadas en una persiana azul de esas que cierran un comercio. Algunas estaban sentadas y otras de pie.
Un hombre custodiaba una gran cantidad de sacos de patatas, unas marrones y otras rosadas como las que vi recogiendo en la Cordillera de Andahuaylas.
No era inusual ver a la gente comiendo. En realidad están comiendo a todas horas.
Una mujer estaba sentada en el suelo apoyada en la pared y daba cuenta de un plato de cuchara con papas y verdura. A sus pies una especie de mantel con tomates pimientos y cebollas.
Había muchos vendedores que tenían pequeños comercios, en realidad lo que llevaban encima era producto de su pequeña huerta.
Al lado de la anterior, tres mujeres sentadas con un saco cada una con lechugas, manzanilla y otras plantas que no llegué a identificar. Las tres con sus sombreros de ala y un delantal.
Al torcer una zona de puestos me di de bruces con una calle donde se vendía ropa y calzado. Más allá un puesto de mantas en primer lugar y luego otro de telas, algunas de ellas con las rayas de los típicos ponchos andinos.
Era maravilloso apreciar a las jóvenes con sus coletas negras y trenzadas en perfecta simetría, una a cada lado, llevaban faldas por encima de las rodillas o un poco por debajo. Llevaban también unas pequeñas chaquetillas o toreras de lana y casi siempre con calzado de tacón mediano tipo sandalia. La menor altitud de Sucre favorecía el calor y prendas más ligeras.
Encontré varios puestos donde se vendían sombreros. Primero uno con sombreros oscuros de los que había visto que llevaban muchas mujeres. El puesto estaba atendido por un hombre que según disparaba abrió la palma de la mano como diciendo que “no fotos”. Muchas veces disparaba según pasaba, era rápido para no llamar la atención y seguir mi camino. Esta vez el vendedor fue más rápido que yo.
Algunas mujeres estaban sentadas en la acera esperando a no se que. Parecían haber terminado sus horas en el mercado. Las dos llevaban la carga a la espalda con el típico rayado y colorido awayo o aguayo.
Seguí sin rumbo fijo por el mercado y me llamó la atención unos puestos con fetos de llamas. Una pareja en apariencia bastante mayor, andaba mirando con curiosidad el puesto donde se vendían también los otros complementos de las ofrendas a la Pachamama o madre tierra. Aparte de fetos de llamas se vendían los típicos dulces de la ofrenda, billetes falsos, casas pequeñas…
Los dos posaron para mi con gusto cuando se lo pedí, incluso me ofrecieron su mejor pose. Algo que les agradecí.
Les deje eligiendo sus artículos para su mesa de ofrendas, algo que para ellos era muy importante, ya que es un ritual andino muy antiguo.
En Bolivia se celebra el mes de la Pachamama (madre tierra) con ofrendas y rituales
Es costumbre en agosto de todos los años ofrendar a la Pachamama (Madre Tierra) para manifestarle el agradecimiento y pedirle favores, tradición que vive y se desarrolla principalmente en la parte andina de Bolivia y que dura todo el mes con una serie de rituales ancestrales.
Agosto es el mes del lakanpaxi (boca abierta, en aymara) porque la Pachamama abre su boca para recibir ofrendas de los creyentes que le piden salud, trabajo, casa y dinero, simbolizados en una mesa (wajt’a).
Estas ofrendas se pueden realizar en los negocios, casas y centros de trabajo, pero los más creyentes prefieren hacerlo en las dos apachetas tradicionales de La Paz (oeste): el Waraq’o, que está sobre el camino a Oruro (oeste); y La Cumbre, ubicada en el ingreso a los Yungas, donde familias enteras y compañeros de trabajo se reunen para ofrendar mesas.
Este es un ritual andino ancestral en el que se sacrifica una llama blanca (wilancha) para la ofrenda, que según los amautas del lugar es para que la Pachamama beba y coma la sangre y carne del animal.
El ritual es acompañado con la mesa de ofrendas, que es armada por los sacerdotes andinos con dulces (alfeñiques) en forma de botellas, y misterios con símbolos de casas, autos o billetes, y complementada con lanas de colores, cebo de llama, nuez, pan de plata y oro, el titi mullu (pelo de gato montés), hierbas aromáticas como la q’oa, incienso y copal, además de un sullu (feto de llama) que corona los elementos de la ofrenda sostenidos por una hoja de papel sábana, para que sea consumida por el fuego.
Así mismo la tradición señala que en agosto no se debe realizar magia negra o amarres (magia blanca para el amor) porque la Pachamama es celosa y devuelve la hechicería al interesado.
Agosto es un mes propicio para bendecir a los difuntos, quitarse maldiciones y realizar mesas de salud, además de hacer limpiezas espirituales.
Se ofrenda a la Pachamama para manifestarle el agradecimiento por la próxima cosecha, pero el sentido del ritual se fue transformando y hoy en día las peticiones se convierten en algo materialista.
La ofrenda a la Pachamama resalta el agradecimiento por la producción agrícola en el área rural y por la prosperidad de los negocios, la salud y la familia en las ciudades.
Los “Sullus” son los abortos de animales para una ofrenda.
Los más pequeños pueden medir 15 centímetros y los más grandes hasta 60. Sólo se puede reconocer de qué animal son por el hocico. Están disecados, tienen la piel pegada al cuerpo y algunos todavía poseen lana.
Su aspecto es bastante repelente y los turistas se quedan asombrados ante tal género en el mercado. Todos sirven de alimento para la Pachamama, la madre tierra que despierta con mucha hambre en agosto.
Los fetos o sullus forman parte de las mesas andinas, ofrendas que se preparan cuatro veces al año.
Centenares de embriones llenan los mercados para Año Nuevo, Carnavales, Espíritu Santo y en agosto, el mes consagrado a la tierra.
Aunque también se utilizan fetos de oveja y cerdo, “la Pachamama siempre quiere un animal de la región de los Andes, no acepta animales venidos de otros lugares”. El precio de estas criaturas muertas va desde los 25 bolivianos hasta los 500 bolivianos. Uno de alpaca puede costar 100 y el de vicuña está entre 150 y 180. “El sullu de llama es para la casa, por eso se utiliza mucho en agosto.
El de chancho (cerdo) es para el negocio y la vicuña es para atraer dinero. Aquellos que no conocen nada sobre estos embriones que deben fijarse siempre en el hocico. Te pueden vender uno de oveja haciéndote pasar como si fuera de llama. En todo caso, el sullu de oveja se usa para alejar la maldición y no es para las mesas de agradecimiento.
Aseguran que las criaturas que compran provienen de abortos naturales y no de nacimientos provocados. Sin embargo se conocen al menos dos formas de acelerar el nacimiento para obtener fetos que luego serán comercializados. El primero se denomina “sullurar”. Consiste en corretear a los camélidos hasta que los animales den a luz, sin que necesariamente sea su tiempo.
Por supuesto todos los vendedores dicen que son de abortos naturales o nacen muertos. Luego los hacen secar y después se los prepara para las mesas.
el caso es que si se provoca el aborto no pasa nada, al no haber una legislación tampoco hay sanción y menos delito.
A pesar de todo los fetos son insustituibles en las mesas andinas con los dulces, la k’ua, la lana de colores, el copal, el pan de oro y el incienso; aunque éstos no se venden por separado.
Después de estas emociones tenía algo de hambre, así que decidí comer en uno de los muchos puestos callejeros en donde lo hacía todo el mundo. Un buen plato de c'kocko de pollo fue mi elección. este es típico de Bolivia y la receta tiene los siguientes ingredientes:
1 pollo; 2 cebollas; 1/2 taza de pasas; 1/2 taza de almendras o maní molido; 1 taza de chicha; 3 hojas de laurel; 1 pedazo de cascara de naranja; 1 cuchara de azúcar; 3 dientes de ajo picado; 1 cucharilla de canela molida; 1 taza de aceite; 3 cucharas de ají amarillo cocido; 2 cucharas de perejil; 1 cuchara de orégano y ocho papas cocidas.
En realidad un plato con pollo muy sabroso que me comí con deleite.
El segundo día de mi visita a Mercado del Campesino fue igual de apasionante que el primero.
Una mujer vendía lechugas, manzanilla y pimientos, su hija de apenas tres años la acompañaba y comía una manzana. Muchos niños pasan horas con sus madres en los puestos. Su guardería es el mercado. A pesar de todo, las mujeres se ayudan entre ellas ya que son mayoría.
Más allá un puesto con mezcla de utensilios de cocina y ferretería era atendido por dos mujeres sentadas en pequeños taburetes. Al lado otro puesto de coloridas especias en polvo.
Cada puesto era un estallido de color, más calabazas pimientos, tomates tipo pera, zanahorias… todo fresquísimo.
Un poco después me topé con un puesto donde se hacían zumos naturales de diferentes frutas, incluidos los de piña más blanquecinos. El zumo estaba metido en barreños y varias jarras de cerveza estaban ya preparadas con su contenido servido y listo para beber.
A la derecha de la calle otro puesto de comida con gente sentada en bancos dando cuenta de las viandas. Allí también había pollo en barreños que luego era servido a la mesa.
Un zapatero se afanaba en su trabajo en su puesto portátil, la mesa que no era muy grande tenía varios mecanismos para la reparación de calzado.
Un puesto diferente llamó mi atención, era uno donde se vendían sombreros femeninos artesanales de color claro. Estaban hechos a mano primorosamente y eran preciosos. En todos lucían cintas de diferentes y llamativos colores que contrastaban con el color pajizo. Además llevaban una flor que realzaba más su belleza. Ya los había visto puestos en diferentes mujeres, pero en el puesto, todos juntos hermoseaban más. Una mujer se probaba uno de los oscuros frente a un espejo. La verdad es que hay en Sucre mucha tradición en la construcción de sombreros de palma y de hoja de caña, incluso hay fábricas que se dedican a ello.
La verdad es quedé fascinado con el conjunto de sombreros.
Una mujer de mediana edad que vendía fruta quiso posar para mí. En realidad uno sabe en seguida cuando alguien está dispuesto a que le hagan una foto, incluso a que te de tiempo a prepararla. La mujer parecía encantada. Así que pude tomarme mi tiempo para prepararla.
Llevaba el típico sombrero marrón de ala, un delantal azul clarito a cuadros y un jersey de lana rosa debajo del mismo. Su pelo era negro y bonito y ya lucía unas canas que le daban carácter.
De fondo tenía otro puesto en rojo que daba el fondo perfecto para la foto. Creo que me salió un retrato de campesina hecho a conciencia. Un mujer fuerte y confiada, tranquila y relajada.
Un puesto de pasta y aceite era atendido por una niña de unos 11 años que vigilaba a su hermano pequeño que trasteaba por allí con chupete.
En un momento me crucé con tres mujeres que llevaban a sus pequeños a la espalda con el clásico aguayo de rayas con predominio de rojo. Era increíble como se manejaban estas mujeres, haciendo la compra con los niños a cuestas. A veces eran pequeños, otras ya estaban bastante creciditos. Aquí no se ven cochecitos de niños.
Un puesto de madejas de lana era atendido por una mujer mayor, esta se entretenía en su espera cosiendo.
Me crucé después con una mujer que llevaba a su hija a la espalda, esta tenía unos 4 o 5 años. Me di mucha prisa en disparar y aunque la madre no se enteró y parecía con la mirada perdida, su hija apoyada en el aguallo me dedicó una mirada profunda y preciosa con sus coletas laterales recogidas con gomas. Parecía relajada y con la apariencia de haberse despertado hace un rato.
Otra madre llevaba su pequeño también atrás, este era más peque y lucía un gorro de lana. La madre llevaba un delantal gris por lo que seguramente también atendía un puesto.
Un muro de papayas enormes y piñas me recibió en el siguiente puesto. Toda la huerta de alrededores llegaba al Mercado del Campesino de Sucre.
Una montaña de huevos en forma de pirámide asomaba en el siguiente recodo del mercado. Estaba atendido por una joven madre que sostenía a un bebé muy pequeño, no creo que llegara a los dos meses. Ella estaba sentada detrás de los huevos y sujetaba su bebé con cariño. El bebé estaba embutido en una serie de telas de arrullo muy prietas para no perder calor. Era un buen sistema, parecía una especie de momia pequeñita y daba al bebe una apariencia graciosa. Aquí tenemos buzos o bodys, pero allí utilizaban lo que tienen a mano. En esas edades los niños tienen muy poca grasa y encima no se mueven nada por lo que no generan calor, así que no queda más remedio que abrigarlos un poco más.
La mujer me dedicó una sonrisa al darse cuenta de que la fotografiaba.
Sucre fue una experiencia única en muchos sentidos, por su preciosa arquitectura colonial blanca y por un mercado donde los sentidos se sienten a flor de piel. El contacto con la gente del pueblo, los campesinos, es maravilloso.
Hay otro mercado más pequeño, el de Santa Ana, este es muy céntrico, es de interior y tiene una parte para comidas que suele estar muy concurrido. Aparecí varias veces por allí y disfruté de las sabrosos chocolates y bollería que allí se venden. En Sucre hay una gran tradición chocolatera y de dulces en general. Los helados están muy buenos y son naturales y la bollería es toda una sorpresa de sabores texturas y delicadeza.
Esa noche salía mi autobús hacia La Paz.
Llegué antes de la hora para solucionar cuanto el problema de la bici. Esta no tenía que ir empaquetada pero si con el manillar girado. En principio me dijeron que empaquetada, pero aquí se puede negociar y son más flexibles. Me cobraron por la bici pero todo estaba solucionado. El autobús salía a las 19 de la tarde, noche allí. Y llegaba a la Paz a las 7 de la mañana del día siguiente.
Uno cuando saca los billetes en la estación busca un autobús que te lleve a la Paz sin mirar mucho más, sobre todo a estas alturas de viaje. Había varias compañías cuando fui el día anterior, pero no todas estaban abiertas o simplemente no tenían billetes.
Una vez en el autobús pude comprobar que eran butacas más menos grandes y bastante reclinables, casi horizontales, aunque un poco espartanas. El autobús no tenía calefacción y entraba aire por unas ventanas un poco precarias. Esto con las temperaturas que se alcanzan por la noche y teniendo en cuenta que pronto estaríamos cerca de los 4000 metros, hacía que se pasara frío en el viaje. Que diferencia viaje de Lima a Huancayo, con un súper autobús de dos plantas WF, una consola de música a la carta etc. Pero esto era lo que tocaba. Cuando me quise dar cuenta todo el mundo estaba con su asiento reclinado y con enormes mantas que traían para pasar la noche, ya que en el autobús daban una pequeña colcha azul que apenas abrigaba. Menos mal que llevaba el plumas. Que me quité para echármelo por encima.
Así me dispuse a pasar esas 12 horas de viaje. En realidad era otra aventura divertida y apasionante hasta La Paz. Aunque muy cerca de mi destino allí en otra capital, me esperaba la carretera más peligrosa del mundo: El camino de los Yungas o de la muerte.
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