domingo, 26 de noviembre de 2017

El Salar de Uyuni II - 45Km




Dejé el cementerio de locomotoras del pueblo de Uyuni y me dirigí al salar.

Hasta la entrada del salar había unos 23 Km de camino duro, ya que este consistía en una carretera desdoblada que estaban construyendo los camiones y excavadoras, esta todavía estaba en una primer fase de tierra y muchas veces sin compactar. Así que tocaba pedalear duro en las zonas arenosas y sueltas como playas, o veces el suelo se endurecía y se llenaba de grava.
Cuando llegué a Colchani, el pueblecito de apenas unas casas que hay a la entrada del salar, el sol picaba un poco y aunque las temperaturas eran relativamente bajas, tocaba quitarse alguna prenda. Aproveché para comprar alguna botella de agua más y proseguí mi camino.

Justo a unos 150 metros de entrar en el suelo salino del salar, y después de haber dejado el pueblo de Colchani se encuentra un complejo hotelero singular, ya que está construido principalmente en sal. Es uno de los varios hoteles de sal que hay en Colchani. Este era el Hotel Sal de Cristal Samaña
Así que no me pude resistir y decidí verlo por dentro. Bueno no pude ver todo, ya que al no alojarme las habitaciones que son realmente increíbles, no pude verlas. Aun así los espacios comunes no me defraudaron. Este hotel de cuatro estrellas  es realmente caro para los sueldos de Bolivia. Unos 150 euros la noche.
Las paredes del exterior están hechas de grandes ladrillos de sal, al igual que las paredes del interior. Había también algunas estatuas simpáticas realizadas en Sal, como un gnomo, un oso polar o un muñeco de nieve.
Pero lo que más me llamo la atención fue lo no modificado o natural. Resulta que el suelo en las zonas comunes era de sal en bruto, sin comprimir ni modificar. Andabas como por una zona arenosa, solo que en vez de tierra tenía sal.
Otra curiosidad eran los relieves de las paredes, cincelados en la misma sal de los ladrillos de la pared. Estos relieves tenían motivos andinos y eran verdaderas obras de arte.


































La zona de recepción era preciosa con una enorme columna con relieves y un mostrador consistente, todo ello de sal por supuesto.
En otro apartado de las zonas comunes había una chimenea de piedras y en frente un sofá de sal con cojines para suavizar su dureza. Delante del sofá un pequeña mesa redondeada y robusta también de sal.
El comedor era espectacular, ya que estaba ubicado en una construcción circular de unos 22 metros de diámetro. El techo era de vigas de madera  y el suelo al igual que los pasillos era de sal a granel, las mesas en madera lucían blancos manteles en consonancia con el blanco de la sal. Por otra parte el comedor circular era muy luminoso al tener este grandes ventanales.
Los techos eran altísimos y toda la construcción tenia forma de choza gigante con techo cónico.
Una columna de 1,20 m de diametro  con relieves de aves, se elevaba 8 metros desde el centro de la sala a la parte más alta de tejado cónico. Este tejado tenía grandes tragaluces que hacían más luminosa toda la estancia
La verdad es que fue increíble y entretenido visitar una construcción así.
Antes de irme no pude resistir la tentación de lamer una pared y probar su sabor salino.

A la salida del hotel y al lado de uno de sus edificios anexos había una vieja y destartalada camioneta verde. Esta era bastante antigua y lucía preciosa en aquel lugar.

La verdad es que siempre iban apareciendo sorpresas y cosas que visitar. Cuando por fin parecía que me iba adentrar en el salar, siempre surgía algo digno de verse  y por lo que parase. Primero fueron las locomotoras del pueblo de Uyuni, luego el hotel de sal y cuando parecía que ya nada me detendría encontré las curiosas montoneras de sal que hay al principio del salar.

Nada más empezar a pedalear en el salar te encuentras cientos de montículos de sal que suelen recoger los trabajadores de la sal con sus camiones. Al lado o debajo de estos montones de sal se encuentran unas zonas rectangulares de unos 6 x 4 metros y un palmo de profundidad de agua.
Estas formaciones donde se extraen la sal eran bonitas y singulares y merecedoras de verse con detalle, ya que luego se da paso a un llano constante de sal con su suelo de formas geométricas durante el resto de recorrido por el salar.
Así que allí entre montículos y rectángulos de agua salina me paseé y fotografíe. Incluida la foto típica donde uno se ve pequeño al lado de algo de tamaño normal por la ilusión óptica que se produce al no haber referencias.





















Después salí en dirección a la isla de Incahuasi (casa del inca en Quechua).
Mis primeras pedaladas sobre el salar ya en ritmo constante fueron gloriosas. Esa sensación de pedalear por el cielo era extraordinaria.
Tan blanco, tan inmenso, tan hermoso, con todo el tiempo del mundo, sin prisas, con el cielo azul como techo, con la sal blanca como lecho, con las miradas de las montañas lejanas, apenas un perfil insinuado. Iba cantando y silbando en mi bicicleta, emocionado como nunca.
Y sentí, sentí ,sentí como nunca que estaba vivo.

Ocho Kilómetros  después aparece otra construcción de sal, un hostal medio derruido. Unas cuantas personas lo visitaban en ese momento. Habían llegado allí en dos todoterrenos. Saludé con la mano y seguí mi camino.

Cuando me quise dar cuenta vi que el sol estaba bastante bajo. Había hecho tantas paradas para ver cosas maravillosas que apenas había pedaleado ese día.
Ocho Kilómetros después de este hostal desmoronado decidí plantar mi tienda. Era lo mejor que me podía pasar. Si hubiera llegado a la isla de Incahuasi hubiera dormido en las construcciones de la isla y a cubierto. Pero al haberme entretenido  más de la cuenta me permitía dormir en medio del salar.
Ese día apenas había pedaleado 44 Km, pero había visto cosas maravillosas y sitios increíbles. Me recreé con ganas en cada una de ellas y estaba feliz y en el mejor lugar del mundo.

Quedaba una hora y media de luz antes de anochecer. Así que aproveché para colocar la tienda con calma pero no sin esfuerzo. Menos mal que me había llevado una gran piedra de pedernal y que tenía por picas unos clavos de hierro de 15 centímetros de largo por medio de grosor. Los clavos los adquirí los primeros días de cicloturismo en Los Andes al comprobar que las picas de aluminio de la tienda se doblaban ante la primera resistencia del terreno. La piedra de pedernal la cogí en el pueblo de Colchani  pensando que necesitaría algo contundente para clavar los clavos de la tienda. Y menos mal que llevaba ese piedrón, porque incluso con ella me la vi para poder clavar esas superpicas que eran los clavos de hierro.
Era tan dura la costra de sal que cada clavo que puse me supuso muchísimas pedradas de las fuertes. Eso sí, esa tienda estaba unida al salar férreamente.








Cené con calma y tranquilamente en medio de aquella blancura, silencio y momento mágico.
Incluso los todoterrenos habían dejado de pasar pues ya estarían en su lugar de destino.
Así que solo en aquel lugar miraba como en la línea del horizonte un sol limpio se escondía por momentos. Cuando este desapareció del todo, la temperatura pareció bajar repentinamente y el viento redoblo sus fuerzas. En el horizonte aparecieron colores rosados suaves de un ocaso único. Recogí las cosas y me metí en el saco.

Ya de noche cerrada salí fuera para ver aquellas estrellas que casi se podían tocar en aquellos cielos limpios de los Andes.
Esa noche dormí con algo de ropa puesta, ya que hacía bastante frio. En concreto -13 grados Centígrados. Y aunque tenía mi supersaco de plumas del Kilimanjaro, llevaba unos días más destemplado de la cuenta seguramente por mi pérdida de peso.
Así que con algo de frio me acosté en mi saco dentro de mi pequeña tienda.
No me dormí en seguida como otras veces por el frio, poco a poco fui entrando algo más en calor y me abandone en aquella cama blanca de 10 582 km²




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